Cuando Saturno entra en Aries, se encuentra con Neptuno, que también acaba de desembarcar en este signo por primera vez en nuestras vidas. Juntos inician un ciclo que marcará un antes y un después entre 2025 y 2026, y cuyos efectos se extenderán durante más de una década. Estamos en una encrucijada vital –y colectiva– donde se mezclan realismo y sueños, acción y confusión, fe y fuego. Es un tránsito ideal para dar forma a una visión… pero no sin esfuerzo, sudor y verdad.

Neptuno trae inspiración, pero también espejismos. Y Saturno, al pisar el mismo terreno, le exige rigor: pone límites a lo ilusorio, estructura lo intangible y exige coherencia entre lo que imaginamos y lo que somos capaces de sostener con acciones. Es una gran prueba de realidad para todo lo espiritual, creativo o nebuloso que hayamos estado proyectando sin cimientos sólidos.

Este tránsito puede traducirse en nuevas normativas que regulen la fe, la espiritualidad o las prácticas colectivas de devoción. También pueden estar cambiando las estructuras de poder que históricamente ha ejercido la religión o el dogma sobre la sociedad. No es un cambio suave: todo puede transformarse a partir de una fricción, de un conflicto entre lo que se cree y lo que se vive. La llama ariana no espera: empuja a actuar, a crear nuevas reglas que reflejen una visión más libre, inclusiva y conectada con el presente.

Y esa fricción puede vivirse también por dentro: entre el impulso de lanzarnos hacia lo nuevo y la necesidad de confiar en un propósito más grande. Será tiempo de convertir ideales en actos, y de sostenerlos con coraje. Aquí, la espiritualidad no se escapa del cuerpo: lo habita, lo atraviesa y lo desafía. Y quienes creen en algo más grande, deberán demostrar con actos que eso es cierto.